viernes, 7 de febrero de 2020

Más allá del tiempo, de David Grossman

EL CRONISTA:  Sentados y cenando el rostro del hombre se transforma de repente. Con un gesto brusco aparta el plato que tiene delante. Un tintineo de cuchillos y tenedores. Se levanta, se queda de pie y parece no saber dónde está. La mirada de él revolotea alrededor de la mujer sin terminar de posarse, y ella-que ya se ha visto sacudida por la desgracia-lo nota enseguida, aquí está otra vez, ya me está tocando los labios con sus fríos dedos. ¿Pero qué te pasa?-le susurra con los ojos, y el hombre la mira atónito-

 -Tengo que irme.
 -¿Adónde?
 -Adonde está él.

"Y así mi vida, que gustó del sol y de la luna, se parece a algo que no ha sucedido" -ee cummings

"La sonrisa de un payaso en el cráneo de un babuino" -J.L. Borges 


Para poder entrar de lleno en el contenido del libro cabe resaltar, a modo de preámbulo informativo, algunos aspectos bibliográficos del autor. David Grossman, uno de los más destacados escritores israelíes contemporáneos de postura abertamente antibelicista perdió a su hijo Uri en el Líbano a manos de Hezbolá. Grossman publicó días después una carta en memoria de su hijo y firmada por el resto de la familia.
Entre oda y réquiem, entre prosa, poesía y teatro, Más allá del tiempo es una versión desarrollada de la carta de Grossman. Un CRONISTA omnisiciente es testigo del viaje de UN HOMBRE QUE ANDA hacia allí, hacia el lugar en el que yace su hijo muerto después de cinco años de miradas vacías entre él y su mujer, de abrazos de consuelo mutuos cálidos pero inútiles y de la impotencia de permanecer en el aquí tragándose las lágrimas, los gritos y el dolor. De un puñetazo en la mesa y ante las reticencias iniciales de la esposa EL HOMBRE QUE ANDA decide ponerse en camino y dirigirse, sin rumbo fijo, a pasos en círculos que divergen del foco, la casa, hacia el allí que alberga a su hijo con la idea de verlo aunque sea un instante, un segundo, de intercambiar una sola palabra, de trascender el tiempo para estar con él incluso frente a la posibilidad de no poder volver jamás al aquí.

Queda clara la metáfora, Grossman desgrana un proceso de duelo en una ecuación que no da resultado exacto, las variables son desconocidas y no hay fórmula, más que la fe ciega, de despejarlas. La incertidumbre, la inestabilidad emocional y el vago destino se refleja también en el estilo que fluctúa entre un profundísimo lirismo compuesto en prosa en verso y un pragmatismo, generalmente en la voz del CRONISTA en prosa creando así un contraste que se irá rompiendo, pues tanto EL HOMBRE QUE CAMINA, EL CRONISTA y los demás personajes que completan la historia tienen algo en común: la pérdida de un hijo.
Se pone de manifiesto en voz unánime que sobrevivir a un hijo es contra natura y por ello, todos desean llegar al allí en busca de una redención metafísica que compense la pérdida. No son conscientes de que, a medida que caminan, a partir del momento en que entran en acción, comienza el verdadero proceso de duelo, el momento de afrontar la realidad y de dar rienda suelta a lo que llevan conteniendo desde hace ya tiempo.

Con una gran sensibilidad y maestría lingüistica, David Grossman nos hace partícipes de una experiencia propia que se niega a personalizar en su ser y decide, de manera altruista, compartir con la de los personajes que él crea y con el lector potencial que se pueda sentir identificado. No se encuentra en el libro ni una sola línea hiperemotiva, no se excede en el sentimentalismo, todo parte de un nada en el aquí y un posible y fugaz algo en el  allí. Un libro sobre el dolor, sobre la naturaleza del mismo, sobre la sanación, sobre como el ser humano levanta por primera vez la vista del suelo y percibe que el aquí es más extenso que el espacio que rodea los pies y que el allí si existe, es del todo inalcanzable.

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